La consulta.
La joven se sentó en un extremo de la
hilera de sillas, donde se creía invisible, en el Centro de Salud Mental. Una
puerta se abrió y gritaron su nombre, entró con cara de pánico. La cancela, como
la de una caja fuerte, se cerró tras ella. El silencio en la sala era el de un cementerio,
pero del interior del despacho, para mi sorpresa, sólo se oían risas
histéricas. Ya eran habituales estas reacciones, pero estas eran demasiado
histriónicas. Al poco, solo silencio y por debajo de la puerta, de manera serena
corrió un charco de sangre.
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